miércoles, 25 de mayo de 2011

Tierra, tráaagame!!


Siempre me he considerado una persona discreta que intenta no llamar la atención más de lo necesario. No soy alto, ni guapo ni fuerte, con lo cual, si entro en un local, nadie se gira para fijarse en mi, ni se rasgan las vestiduras o se llevan las manos a la cara y ahogan un grito.

Eso sí, para hacer el ridículo y querer que me trague la tierra, me basto yo mismo, genio y figura hasta la sepultura. Y si no, juzgar vosotros mismos si os veis en diversas situaciones como las mías:

Verano de los 80. Ciudad costera (no recuerdo cual era…Gandía, Cullera o similar). Voy con mis padres dando una vuelta por el paseo marítimo totalmente ausente y con la cabeza metida dentro de un tebeo que le había comprado el día anterior en la playa a un charlatán que gritaba “TRES TEBEOOOS, VEINTE DUROOOS”. Pues eso, iba yo tan feliz con mi tebeo cuando oigo a mi madre gritarme como una loca. Levanto la cara de mi tebeo, medio asustado y veo, horrorizado, que he pisoteado por completo el puesto ambulante que un pobre negro tenía en el paseo marítimo. Nunca fue tan cierta la afirmación de ver como “pisotean tu trabajo”. Yo no sabía si llorar o salir corriendo, pensando en que ese negrazo me podía comer allí mismo. Pero oye, al muchacho le dio la risa porque vio que fue sin querer, y se descojonaba viendo mi cara de susto. Mi padre le dijo que le pagaba lo que se hubiera roto y el otro dijo que no pasaba nada, que estaba todo bien.

No contento con destrozar los esfuerzos de un pobre inmigrante, muchos años después lo intenté de nuevo. Trabajaba yo por la capital de las Españas repartiendo una puñetera revista de publicidad local por Villaverde (Alto o Bajo, eso da igual) con un ridículo carro de la compra. Había terminado ya mi jornada laboral (posiblemente había tirado la mitad de las revistas a algún contenedor) e intentaba protegerme de la lluvia debajo de las cornisas. Entre que iba deprisa y que se me habían empañado las gafas por la lluvia, no vi que había pisoteado sin piedad el chiringuito top-manta de otro pobre senegalés, con carro de la compra incluido. Sorprendentemente, este pobre muchacho tampoco se enfadó (que buena gente son) y no me dijo nada, pero moralmente necesitaba compensarle (quizá pensando en aquel otro de Gandía, 15 años atrás) y le compré un disco de SEAL del cual solo se escuchaban, y bastante mal, dos canciones.

Otra de mis habilidades más interesantes y que me han dejado con cara de gilipollas integral es la de cambiar los nombres de los autores de libros de manera libre a la hora de pedirlos en una tienda. A veces he confundido el nombre del autor y he pedido, por ejemplo, “La actualidad de lo bello” de Carlo Argan en lugar del nombre correcto, “El Arte Moderno” (que fue el que me compró Ester para mi cumple). Eso le puede pasar a cualquiera. Lo que no es tan normal es llegar al Corte Inglés y pedir, con toda la autoridad y seguridad del mundo el libro “La Cocina Dulce” de Bruno Torregrosa. No sé qué paja mental me estaba haciendo en ese momento, porque la chica me miró con cara de repoker, encogió los hombros y tímidamente me dijo que ella no conocía ese libro. Conocía “La Cocina Dulce”, pero de Paco Torreblanca… Sin respirar de la vergüenza y el bochorno le dije que me pusiera uno para regalo. No me preguntéis porqué se me ocurrió ese nombre, porque todavía hoy le doy vueltas a la cabeza cuando veo el libro.

Pero lo más vergonzante me ocurrió en aquella boda a la que asistimos Ester y yo en Chicago. Estaba sentado en la mesa destinada a los “españoles” (amigas de la novia de procedencia española y cónyuges mexicanos, croatas, americanos, etc.). Yo estaba sentado enfrente de un chico mexicano y un estadounidense a los que había conocido hacia apenas media hora, con lo cual, solo habíamos intercambiado cuatro impresiones mundanas acerca de lo bonito del salón de bodas (un barco hundido en un arrecife tropical) y la ternura del pollo especiado estilo tailandés (país de origen del novio). Estábamos en estas cuando, muy ufano, le di un traguito al vino al mismo tiempo que alguien dijo alguna chorrada, me imagino que en inglés (que incluso puede que no entendiera) que me provocó un ataque de risa y tos que, con el agravante de tener la boca llena de vino, provocó que me convirtiera en aspersor humano y regara por completo a Sergio Cervantes y Brett Haase con vino rosado. Imaginaos mi cara de pavor, horror, miedo y vergüenza por escupirles media copa de vino a dos tíos a los que no conocía y frente a los cuales había intentado ser simpático y cordial.

Afortunadamente, no paso nada, se lo tomaron a broma porque es algo que le puede pasar a cualquiera. Estuve durante un buen rato disculpándome y bueno, la normalidad siguió durante toda la velada y al final quedó como una anécdota que si la llego a hacer en cualquier otro sitio, me podían haber soltado una hostia fina!!

Hay que ir con mil ojos por la vida amigos, para no pisar tenderetes de inmigrantes subsaharianos, llevar bien apuntado el nombre del autor del libro que buscas e intentar seleccionar a quien quieres regar con vino rosado a presión sin que te cueste un disgusto.

3 comentarios:

  1. Bueno, no es para tanto. Tampoco vomitaste en la camisa al novio justo antes de entrar en la iglesia o pisaste el tenderete del negro con tu coche haciendo marcha atrás. Entonces sí. Si hubiese estado allí, yo mismo les habría ayudado a canearte de lo lindo.
    Una cosa es ser patoso y otra cabrón.

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  2. jajaja se llama ser muy volatil!! de repente suelo ser así se me olvidan cosas y por pasar del paso termino diciendo un montón de estupideces que me haces pensar porque miercale dije eso!!

    saludos.

    PD: que buenas personas los inmigrantes jeje.

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  3. Jajajaja, con lo de la boda no te preocupes, aunque tambien es cierto que depende mucho del que tengas enfrente y le hayas espurreado cualquier cosa salida de tu boca... Y en cuanto a cambiar los nombres a libros y similar...me has recardado algo que oí en la radio hace no mucho: una mama que va a al Corte Ingles pidiendo el ultimo disco de Herri-Batasuna (o cómo se escriba) los dependientes volviendose locos primero ante la duda de que esos hubiesen sacado un disco y por otro lado porque no encontraban nada parecido. Hasta que por fin la buena señora decide llamar a su hija para confirmar lo que buscaba a lo que su hija le dice: no mamá, el que canta es Eros Ramazzoti!! :D

    Asi que no te preocupes los dependientes deben estar mas que acostumbrados a que cambiemos los titulos y nombres...es como jugar a las adivinanzas con ellos jajajaja

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