lunes, 13 de diciembre de 2010

Encerrado (y van dos veces)


Si alguno de los lectores que pierden su valioso tiempo en leer mis patochadas (gracias, mil gracias) se piensa que lo de quedarse encerrado en el balcón de su propia casa y tener que entrar, como un vulgar caco, por la ventana es demencial (que lo es), más demencial y temerario es hacer lo siguiente:

Ubicación: Madrid, barrio de Carabanchel, C/ Matilde Hernández (la de la Plaza de Vistalegre, para los nativos).

Protagonista: como siempre, un servidor. Chico de provincias recién llegado a la capital para continuar con su formación académica en el interesante mundo del diseño gráfico. Es la primera vez que nuestro protagonista va a vivir solo en un piso de alquiler. Además, acostumbrado a la comodidad de una casa natal de planta baja, por primera vez va a vivir en un piso en altura. Apasionante.

Argumento: Llevaba apenas dos días en Madrid. Mis compañeros de piso, ingenieros y trabajadores en Repsol YPF, entraban a trabajar a las 8 de la mañana. Se fueron a currar y cerraron la puerta por fuera: con dos vueltas de llave por un lado y con un cerrojazo por otro. Yo me levante un rato más tarde y vi el cerrojo echado, pero no le di mayor importancia. Desayuné, me duche, me vestí y cuando fui a abrir la puerta me doy cuenta que el cerrojo no se puede quitar. Lo intenté de mil maneras, a patadas, con un cenicero un poco duro, martillo, llave inglesa, protegiéndome las manos con un trapo…nada. Descansaba, cogía fuerzas y vuelta a empezar. Nada de nada, eso no se movía. Aún no tenía el nº de teléfono de estos chavales, así que llamé a casa para que mi padre se pusiera en contacto con ellos a través de la intranet de Repsol y les contara lo que pasaba. El problema es que era viernes (siempre me pasan las cosas los viernes, coño) y Pedro, uno de los compañeros, se iba a su pueblo en tren según saliera de trabajar, y no le daba tiempo a pasar por casa. Tampoco podía salirse de la oficina así porque si, y menos para “rescatar” de su cautiverio accidental a su pobre compañero de piso.

Solución al problema: Hijo mío, búscate la vida. Si tienes comida suficiente, no salgas de casa hasta el domingo.

El problema no era el que tuviera o no víveres para sobrevivir encerrado en mi propia casa. Es que NECESITABA SALIR de allí como fuera. La simple sensación de estar preso me estaba poniendo de los nervios. Tenía que hacer algo y la única solución era buscar a alguien que me abriera la puerta. En ese momento no se me ocurrió ni llamar a mi familia de Madrid, que aunque no viven en la capital, siempre podían haber venido. También la poli podía haber sido una buena solución, pero tampoco me lo planteé. Mis cortas luces me llevaron a apostarme en el balcón de mi segundo piso, como un cernícalo patirrojo, y observar al pueblo que mansamente, hacía su vida bajo mis pies. Tenía que encontrar a alguien “de confianza” (JA), al cual poderle tirar las llaves de un piso que no es mío y que, amablemente, suban y me abran la puerta.

Esto lo haces en un pueblo en el que conoces a la gente y bueno, no es mala idea. Incluso lo hago en Puertollano, que somos unos cuantos más, y tampoco pasaría nada, en el fondo, nos conocemos casi todos (para lo bueno y para lo malo). Pero en Madrid capital??? Mira que estábamos en Carabanchel y bueno, es un barrio bien majo, popular, y que la gente que pasa por las calles son gentes del barrio y tal, pero aún así, no te puedes fiar.

Pues que me tiré dos horas buscando a alguien en quien poder confiar. Alguien que pasara cerca de mi bloque, ya que tampoco era plan vocear a los cuatro vientos que sorteaba las llaves de un magnifico apartamento con dos habitaciones, cocina amueblada, un baño y un zulo orientado a la Meca (en esa habitación rezaba Mohammed, mirando hacia la ventana, luego mirando a la Meca, no?). Los niños no me valían, que son muy cabrones. Había un tío que paso por la acera del orden de veinte veces, pero por las pintas que tenía, el corte de pelo y el andar nervioso, deduje que se dedicaba al trapicheo variado, luego tampoco me servía. Al final encontré a mi hombre. Era un abuelete con perracho. Andaba despacito, con pasitos cortos. Ochenta y tantos le eché así a simple vista. Pensé que en el caso de que quisiera huir, me daría tiempo a descolgarme por el balcón a la desesperada, para alcanzar el primer piso y desde ahí, agarrarme a un ventanuco y desde ahí, intentar caer rodando al suelo (no suelo ver pelis de acción, pero es lo que suele hacer el héroe, no?).

Llame su atención con un “psst, psst…caballero….oiga, usted, el del perrillo negro, si, aquí…aquí arriba….yo, sí, soy yo el que le llama. Mire usté….”. Le conté el tema y me dijo que sin problema, que subía en un momento. Le eché las llaves al suelo (no tenía pinta de pitcher de baseball) y nada, en un par de minutos subieron el perrillo y el a abrirme la puerta.

Menos mal que la cosa salió bien y tuve libre acceso a mi guarida todo el fin de semana. Se impuso la norma de no echar el cerrojo nunca jamás para no tener que pasar por este mal trago.

Y me pregunto yo…que hubierais hecho vosotros en mi caso??

7 comentarios:

  1. Uf, no sé.... los cerrajeros te chupan la sangre, igual llamar a la poli o los bomberos... Soy tan histérica que fijo que hubiese llorado a mares.

    Besis.

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  2. Insisto, lo tuyo con los balcones y los descuelgues varios estilo héroe ¿me tienen que preocupar?

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  3. Jajajajaja!! Pero cómo que un cerrojo por fuera?? No entiendo su funcionalidad!!

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  4. No Cristina, el cerrojo no estaba por fuera. Era una cerradura normal por fuera, pero por dentro lo que ceraba era un cerrojo que se bloqueaba al cerrar desde fuera y era imposible abrirlo.

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  5. jajajajaja.. ay pobreeeeeee!!!!!...
    "psst, psst…caballero.." jajajaj.. es que te imagino...

    Un besote!!!!

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  6. Mira que me lo habrás contao veces pero me sigo riendo igual!! eres un caso sobrinitoo!!

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