El otro día nos quedamos Ester y yo encerrados en el ascensor de su casa de Logroño. Fueron escasos 3 minutos, pero volver a recordar la sensación de estar encerrado no me apetecía nada. Por lo menos estaba acompañado, no hacía frío, iba vestido de manera adecuada y teníamos comida (mucha, ya que veníamos de Mercadona de comprar caprichos que no podemos comprar en Pamplona).
Digo todo esto porque ya me he quedado encerrado en otras circunstancias menos elegantes. Aunque quedarse encerrado en tu propio balcón no sería realmente estar encerrado, ya que te puedes descolgar hasta la calle y eres libre, no? Pues poneos en mi situación: mi etapa madrileña, viviendo en Carabanchel. 22:00 h. más o menos. Salgo al balcón que había en mi cuarto a echar una ojeada a la calle. Como hacía un poco de fresco, decido darle un toquecito a la puerta del balcón para que se cierre y no entre aire dentro de la habitación. Ssssshshshsss….CLOC. La puerta se cierra, que era mi intención. En ese mismo instante en el que la puerta se cierra decido pensar que, “lógicamente” también se podrá abrir desde fuera, claro está. Me doy la vuelta y se me desencaja la mandíbula porque NO veo por ninguna parte algún tipo de manivela, picaporte, pestaña o ranura con el cual abrir la puerta...MIERDA, MIERDA, MIERDAAA!!! Y hace frío, y estoy en pijama, sin llaves, sin teléfono y solo en casa. Y mi compañero de piso se ha ido a su Cartagena natal a pasar el finde, y es viernes todavía!!!!
Empecé a morderme los nudillos pensando en la manera de solucionar este tema, paseando balcón arriba, balcón abajo (es decir, tres pasos a la izquierda, tres a la derecha y vuelta a empezar). Evidentemente, tenía pocas o ninguna solución. En un momento de lucidez dentro de mi desesperación me dio por pensar que quizá el bueno de Pedro, el compi de piso, podría haber dejado un poquito abierta la ventana de su cuarto, que también daba al balcón, para que se ventilara. Escrutando los agujerillos de la persiana conseguí ver la rendija que había, luego estaba abierta. BIEN, mejoraba mi situación un poco.
Ahora poneos en la situación de alguien que estuviera en el edificio de enfrente, en un balcón o una ventana y observa la siguiente escena: un tío en pijama que deambula nervioso de arriba-abajo. Se le enciende una bombilla gigante encima de la cabeza, pega un brinco y se lanza a la persiana de la ventana con desesperación, trasteando con ella. Da un grito rotundo de satisfacción al mismo tiempo que dice “TOMA, TOMA TOMAAAA!!” y hace el gesto ganador de Rafa Nadal. Acto seguido empieza a descuajaringar la persiana que estaba cerrada casi por completo, subiéndola como puede. Con una rodilla en el poyo de la ventana sostiene la persiana mientras abre una de las hojas de la ventana, se da impulso y se mete en el interior de la oscura habitación. Se baja la persiana, se apaga la luz de la habitación contigua y nuestro pobre diablo se mete en la cama. Mañana será otro día.
Jajajajajajajajaja, si lo veo me muero, eso te lo digo en serio.
ResponderEliminarBuenísima entrada, has hecho que me riaaaaaaa
Buen fin de semana niño.
jajajajaja muy bueno eh¡¡¡ En realidad nos puede pasar a cualquiera. Por cierto, tuviste mucha suerte de que esa ventana estuviese abierta. Un abrazo.
ResponderEliminarJajajaja! Vaya potra...
ResponderEliminarLo tuyo con los balcones y ventanas está empezando a preocuparme...
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