lunes, 27 de junio de 2011

Grandes biografías: el pintor


Sevilla, 5 de junio de 1599. Un calor de morirse, pero de verdad. Una parejita un poco pijina (pequeños hidalgos que los llamaban por esa época) acaban de tener su primer churumbel. Como les va bien en la vida, al padre de familia no se le conoce oficio y viven de las rentas de haber sido gente de buena familia. Como en esa época no había nombres tan cutres como Kevin, Joshua, Ronaldo, Johnny y demás, al crio se le bautiza como Diego.

El pequeño Diego era un niño un poco sosete y con mucha “flema”…vamos, que deambulaba por el vida con toda la pachorra del mundo. No era un sevillano gracioso como “Los Morancos” , Ruiz de Lopera o José María del Nido, que le vamos a hacer!!

Como el futbol lo inventaron los ingleses en el s. XIX, en la Sevilla del XVII los críos no jugaban a la pelota por las calles peleándose por ser del Sevilla o del Betis. Estos preferirían apedrear perros, robar a los barcos en el puerto o levantarle la falda a las niñas (en esto último no hemos cambiado tanto!!). Dieguito era un niño tranquilo que prefería estar en casa, y para que aprovechara el tiempo, sus padres lo apuntaron a clases particulares de dibujo y pintura, porque el crío mostraba maneras dibujando con un trozo de yeso en el suelo del patio. El profesor era un canalla con mucha mala leche, que tuvo que crujir a Diego a capones porque no le hacía ni puto caso y no pintaba lo que él le decía, sino que pintaba “lo que él quería, como él quería y porque él quería". Para no llegar a males mayores, los padres de Diego decidieron cambiarlo de profesor y lo apuntaron a las clases del profesor Francisco Pacheco, artista limitadillo en lo que a la pintura se refería, pero algo más agradable en el trato para con el joven aprendiz. En este taller aprendió todo lo que necesitaba aprender del mundo de la pintura y sobre todo, le echó el ojo a la hija del maestro, Juanita, que zascandileaba por el taller trayendo y llevando cosas a su padre y al soso de su alumno.

Parece ser que el amigo Diego aprendía rápido y pronto termino su aprendizaje en el taller de su profe y se dio de alta como autónomo para poder ponerse un estudio de pintura por su cuenta. Se casó con Juanita, que cayó rendida a los pies de nuestro artista y tuvieron, con apenas 21 años, un par de churumbeles a las que bautizaron con los nombres de Francisca e Ignacia (toma castaña con el nombrecito!!). Le fueron saliendo trabajillos majetes y fue adquiriendo fama en la ciudad…”que bien pinta el mushasho ese der bigotillo”, decían…”si mujé, que su padre e un portugué con perrah y que se ha casao con la hija de Paco Pacheco, el pintor…mu buena familia, mu limpia, sisisisisi!!!.

Nuestro amigo tenía una vida de lo más placentera en Sevilla, pero se enteró de que había ofertas de trabajo en Madrid. Resultaba que había rey nuevo y que el Sr. De Olivares, Presidente del Gobierno de turno, muy sevillano él, quería tener andaluces en la corte. Paco, el suegro de Diego, decidió que era lo mejor que le podía pasar a su Juanita y al soso de su marido…imagínate, vivir en la capital, con la de tiendas que hay y la de cosas que se pueden hacer en Madrid (y porque aún no estaba el AVE, que sino imagínate que rápido se llegaba!!). Paco movió cuatro hilos y le consiguió a Diego una entrevista de trabajo en las oficinas centrales, es decir, en Palacio. La entrevista fue muy bien, ya que Diego estaba bien educado y tenía estudios. Le hicieron un test psicotécnico, en el cual tenía que hacer el retrato de un poeta cordobés muy seriote, un tal Luis de Góngora…”el hombre a una nariz pegado”, que decía el sátiro de Quevedo!!.

Mientras esperaba que le dijeran si le daban el curro, pasaron unos días en Madrid, y así aprovechó para ver los cuadros que el rey coleccionaba (era como la baronesa Thyssen, que no tenían otro pito que tocar y les dio por comprar cuadros). Felipe, el rey, quedó muy contento con la destreza que Diego tenía con el pincel y decidió contratarlo como como su pintor de cámara, y se encargaría de decorar las estancias de todos los palacetes que los Austrias tenían repartidos por Madrid y retratar a la Familia Real (me llena de odgullo y sadizsfación….). Le dieron alojamiento en palacio, gastos pagados y un buen sueldo. Trabajando en la Corte aprendió mucho y fue perfeccionando su técnica. Un buen día conoció a Pedro Pablo Rubens, pintor y diplomático holandés de visita por España. Se cayeron bien y solían quedar para tomar algo cuando terminaban de currar. Entre caña y caña, Pedro Pablo le dijo a Diego que se cogiera una excedencia y se bajara a Italia, que había buen ambiente creativo y muchas cosas para ver y hacer. Dicho y hecho, solicitó la excedencia y se la concedieron, con dos años de sueldo y dinerazo para comprar cuadros. Diego hizo un estupendo “giro per tutta l´Italia”, poniéndose ciego a pasta y limoncello y pintando a diestro y siniestro.

Cuando volvió a Madrid, era el rey del mambo. Traía ideas frescas bullendo en su cabeza y nuevas técnicas de pintura, y le hizo retratos a todo quisqui: reyes, reinas, princesas, bufones, enanos, criados, mendigos…ni los perros se libraban del pincel de Diego. Entró en una actividad pictórica frenética y volvió de nuevo a Italia a comprar cuadros como enviado especial de la corona. Cuando regresó, ya era el puto amo: realizó algunos cuadros que se convirtieron en obras maestras de la pintura. Uno de ellos levantaba mucha expectación acerca de lo que quería representar en el, ya que se retrató el mismo pintando un cuadro, con un espejo en el fondo reflejando figuras y un montón de críos alborotando por el estudio. Juana, su mujer, lo miraba raro: Diego, hijo mío, que rarito te has vuelto desde que volviste de Italia…pintas cosas rarísimas, vas siempre vestido de negro, te has vuelto taciturno y muy misterioso….que es eso de que quieres hacerte Caballero de la Orden de Santiago?? No será una tribu urbana de esas, eh?? Con lo bonitos que eran los bodegones que pintabas en Sevilla y ahora solo pintas al rey pasmado ese, con lo feo que es, con ese labio caído y cara de bobalicón…con ese tío este país no va a ningún sitio, ya te digo yo que no!!!

Pero Diego no escuchaba. El solo pintaba y pintaba, cada día más, con muy poca pintura sobre el lienzo, sin entrar en detalles…cuatro simples manchas daban vida al lienzo en forma de expresiones de caras, gestos, puro movimiento e incluso aire, que casi se puede tocar. Ya lo dijo Dalí en cierta ocasión: “Si se declarara un incendio en el Museo del Prado, lo único que yo intentaría salvar es el aire que flota dentro del cuadro de “Las Meninas”….

Así era Diego Velázquez…el pintor de los pintores.

5 comentarios:

  1. Jo, es una entrada chulísima al más puro estilo Estonoes!!!

    Nos ha encantado.

    Mamy está precisamente preparando una entrada de "Perros Guardianes del Prado"

    Felicidades por el post.

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  2. Qué buena entra, Alber! Me has dejado enganchada, enganchadísima, con la historia tan bien contada y traída a nuestros día. Enhorabuena!!!

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  3. Me alegro que os guste...para mi Velázquez es algo que va más allá de la pura contemplación. Lo considero algo más que un artista. Fue un visionario, un adelantado a su tiempo y, bajo mi punto de vista, el mejor pintor de toda la historia del arte!!

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  4. Aplaudo tu amor por Velázquez. Muy bien escrita la entrada y muy ocurrente el tipo de lenguaje actual. Me la he leído de un tirón.

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