No es que sea yo un tipo muy amante de Halloween, la verdad, pero ya que en esta noche de difuntos es muy típico recurrir al tema miedo, sustos e historias macabras, os voy a contar una historia de miedo. Pero de verdad, no es coña. Cuando lo leáis podréis pensar que estoy de cachondeo y tal, pero os puedo asegurar que la historia que os cuento es del todo real, punto por punto. Vamos allá.
Llegué a Pamplona un 7 de noviembre. Después de pasar un mes más o menos en el piso compartido en el que vivía Ester, encontré habitación en un estupendo piso en el barrio de Iturrama, una de las zonas de mejor nivel de vida de la ciudad. En el piso vivían tres personas más, un chaval joven y dos tipos mayores, un búlgaro que hablaba poco y pasaba menos tiempo en el piso, y Javier, un ingeniero aragonés.
Era fácil vivir en ese piso, era amplio, bien equipado y los horarios que teníamos hacían llevadera una convivencia dentro de los límites de normalidad. Con Javier coincidía a menudo a la hora de cenar, con lo cual compartiamos mesa y ratos de charla. Era un tipo peculiar este Javier, un poco borde a la hora de hablar de cualquier tema, dándome a veces unas respuestas que me dejaban un poco sorprendido por su sequedad. Este chico estaba de baja médica por una caída que había sufrido en la ducha, en la que se había hecho daño en la pelvis. Por ello recibía una fuerte medicación para calmarle los dolores que le hacían incluso caminar con dificultad. Alguna vez ya me pidió que le comprara algo de comida para no tener el que hacer esfuerzos.
Con todo esto, los días fueron pasando de una manera más o menos normal. Una noche cualquiera, allá por febrero, Ester y yo fuimos a casa de unos amigos a cenar. Javier se quedó en casa con Jimi, otro de los compañeros de piso, cenando y viendo el partido de La Sexta, Barça-Zaragoza. Al día siguiente, domingo, no vimos a Javier por la mañana, lo cual nos pareció algo extraño, pero no le dimos demasiada importancia. Sabíamos que estaba en su habitación porque se le oía dentro. Tampoco salió para comer, y eso nos resultó algo más raro, ya que se rompía de alguna manera su rutina. Pasó toda la tarde, Javier estaba en su habitación pero no salía para nada. Llego la noche y todo continuó igual, y ya teníamos de alguna manera la mosca detrás de la oreja.
A la mañana siguiente, vimos unas gotas secas de color marrón-rojizo que iban desde uno de los cuartos de baño a la habitación de Javier. Todo sorprendido y algo preocupado, me acerqué a olerlas levemente y encontré un olor bastante desagradable. Empezamos a pensar que se encontraba mal, pero no podíamos o no queríamos entrar en su habitación, puesto que era su intimidad y no era Javier una persona lo que se dice "simpática". Después de mucho pensar y dudar, llamamos a su puerta para preguntarle si se encontraba bien, y nos respondió una voz ronca, rasgada, gutural, que nos decía "estoy bien, estoy bien". Sabíamos que no estaba bien, pero tampoco queríamos precipitarnos haciendo "vete tu a saber que". Quizá le estábamos dando más importancia de la que tenía. Lo que nos tenía algo más confusos era que hacía casi dos días que no salía de la habitación, o al menos estando nosotros despiertos.
Ese mismo domingo por la noche oímos ruidos en la habitación y supimos que había abierto la puerta y había entrado en el baño. Corriendo, Jimi y yo nos fuimos al salón para poder verlo cuando saliera del baño camino de su cuarto otra vez. Cuando se abrió la puerta del baño, vimos algo que yo, al menos, no olvidaré jamás: Javier era un figura extremadamente pálida, casi blanca, completamente desnudo, totalmente demacrado, que se sujetaba a duras penas al marco de la puerta del baño para poder impulsarse y alcanzar la puerta de su habitación, al mismo tiempo que intentaba arrastrar los pies por el suelo. Le preguntamos que si se estaba bien, que nos dijera que le pasaba, pero nos volvió a decir la misma voz gutural que "se encontraba bien, que no nos preocupáramos para nada por el", al mismo tiempo que cerraba la puerta de un portazo.
Imaginaos la situación que se nos presentaba en ese momento. Sin saber muy bien que hacer, decidimos que pasara esa noche y a la mañana siguiente decidiríamos que camino tomar.
El lunes me encontraba "solo" en casa, puesto que Jimi estaba trabajando. No hacía más que darle vueltas a la cabeza al "tema" que tenía en la habitación que pegaba pared con pared con la mía. Para más inri, Javier hablaba por teléfono y no podía vocalizar bien, emitía palabras incongruentes, totalmente indescifrables. Yo me estaba empezando a acojonar y decidí llamar a los dueños del piso para que vinieran e hicieran algo. Acudieron rapidamente y llamaron a su puerta. Al principio Javier no querían que entraran, pero tras unos minutos de "negociación", dijo que se encontraba "un poco descompuesto" y les permitió entrar. La puerta se abrió...
Lo que vi dentro de esa habitación no se lo recomiendo a nadie. Javier (si es que es aún se le podía llamar Javier) estaba envuelto en una manta, con las ventanas abiertas de par en par aun estando en el febrero navarro. La fiebre se palpaba en las cuatro paredes de ese cuarto. Javier era una figura mortecina, cerúlea. Sus ojos, diminutos, se hundían sin remedio en unas ojeras grises e infinitas. Sin dentadura, su cara no medía ni un palmo de ancho. Desperdigados por el suelo, ropa sucia, monedas, libros, comida y papeles. Y sangre. Mucha sangre.
La cama en la que Javier estaba agonizando de dolor estaba completamente empapada en sangre, así como el suelo y decenas de papeles arrugados que se repartían en unas cuantas bolsas colocadas alrededor del lecho. Se avisó con urgencia a una ambulancia y al momento, un equipo médico se presentó en el piso . Tras las pruebas pertinentes y el diagnóstico de shock absoluto y casi total ausencia de sangre en su cuerpo, se lo llevaron al hospital en una camilla-sillón, desnudo, con los ojos en blanco y la lengua casi colgando.
En cierto momento escuché a una de las doctoras pronunciar dos palabras, "oncólogo" y "metástasis", pero no terminé de relacionarlas con la situación que yo mismo había contemplado minutos atrás. Todo esto sucedió a eso de las 3 de la tarde. Javier murió a las 10 de la noche en un hospital de Pamplona.
Javier sufría un cáncer de vejiga. Estaba en un estado absolutamente terminal, tan terminal que la propia metástasis le estaba deshaciendo el cuerpo. Ahora entendía el olor de las gotas que vi días atrás en el suelo, mezcla de sangre y heces, fruto de la descomposición.
El lo sabía todo y lo tenía todo preparado. Quería morirse solo, sin molestar a nadie. Nadie sabía la gravedad de su enfermedad, solo su ex-mujer. Y de hecho, ni sus padres o su propio hijo sabían que estaba enfermo. No había tenido ninguna caída en la bañera. Era todo una historia elaborada para que nadie sospechara. La medicación que le daban para el dolor era morfina pura y dura, para evitarle sufrimientos. Como un animal, supo que llegaba su momento y se recluyo en los 7 u 8 metros cuadrados de su habitación para irse a otro mundo, solo, sin una mano amiga que le acompañara.
Se precintó la habitación y fue desinfectada durante un par de días por gente del Ayto. Aún así, el olor que yo percibí ese día se me quedó grabado para siempre. Menos mal que yo no me fui ese fin de semana a mi pueblo, porque de haberme ido, quizá al volver me hubiera encontrado un cadáver en casa, así sin comerlo ni beberlo. Como bien dice el refrán, Javier quiso que yo "CARGARA CON EL MUERTO"
Descanse en paz
Hasta la próxima historia de miedo....muahahahahaaaa
Llegué a Pamplona un 7 de noviembre. Después de pasar un mes más o menos en el piso compartido en el que vivía Ester, encontré habitación en un estupendo piso en el barrio de Iturrama, una de las zonas de mejor nivel de vida de la ciudad. En el piso vivían tres personas más, un chaval joven y dos tipos mayores, un búlgaro que hablaba poco y pasaba menos tiempo en el piso, y Javier, un ingeniero aragonés.
Era fácil vivir en ese piso, era amplio, bien equipado y los horarios que teníamos hacían llevadera una convivencia dentro de los límites de normalidad. Con Javier coincidía a menudo a la hora de cenar, con lo cual compartiamos mesa y ratos de charla. Era un tipo peculiar este Javier, un poco borde a la hora de hablar de cualquier tema, dándome a veces unas respuestas que me dejaban un poco sorprendido por su sequedad. Este chico estaba de baja médica por una caída que había sufrido en la ducha, en la que se había hecho daño en la pelvis. Por ello recibía una fuerte medicación para calmarle los dolores que le hacían incluso caminar con dificultad. Alguna vez ya me pidió que le comprara algo de comida para no tener el que hacer esfuerzos.
Con todo esto, los días fueron pasando de una manera más o menos normal. Una noche cualquiera, allá por febrero, Ester y yo fuimos a casa de unos amigos a cenar. Javier se quedó en casa con Jimi, otro de los compañeros de piso, cenando y viendo el partido de La Sexta, Barça-Zaragoza. Al día siguiente, domingo, no vimos a Javier por la mañana, lo cual nos pareció algo extraño, pero no le dimos demasiada importancia. Sabíamos que estaba en su habitación porque se le oía dentro. Tampoco salió para comer, y eso nos resultó algo más raro, ya que se rompía de alguna manera su rutina. Pasó toda la tarde, Javier estaba en su habitación pero no salía para nada. Llego la noche y todo continuó igual, y ya teníamos de alguna manera la mosca detrás de la oreja.
A la mañana siguiente, vimos unas gotas secas de color marrón-rojizo que iban desde uno de los cuartos de baño a la habitación de Javier. Todo sorprendido y algo preocupado, me acerqué a olerlas levemente y encontré un olor bastante desagradable. Empezamos a pensar que se encontraba mal, pero no podíamos o no queríamos entrar en su habitación, puesto que era su intimidad y no era Javier una persona lo que se dice "simpática". Después de mucho pensar y dudar, llamamos a su puerta para preguntarle si se encontraba bien, y nos respondió una voz ronca, rasgada, gutural, que nos decía "estoy bien, estoy bien". Sabíamos que no estaba bien, pero tampoco queríamos precipitarnos haciendo "vete tu a saber que". Quizá le estábamos dando más importancia de la que tenía. Lo que nos tenía algo más confusos era que hacía casi dos días que no salía de la habitación, o al menos estando nosotros despiertos.
Ese mismo domingo por la noche oímos ruidos en la habitación y supimos que había abierto la puerta y había entrado en el baño. Corriendo, Jimi y yo nos fuimos al salón para poder verlo cuando saliera del baño camino de su cuarto otra vez. Cuando se abrió la puerta del baño, vimos algo que yo, al menos, no olvidaré jamás: Javier era un figura extremadamente pálida, casi blanca, completamente desnudo, totalmente demacrado, que se sujetaba a duras penas al marco de la puerta del baño para poder impulsarse y alcanzar la puerta de su habitación, al mismo tiempo que intentaba arrastrar los pies por el suelo. Le preguntamos que si se estaba bien, que nos dijera que le pasaba, pero nos volvió a decir la misma voz gutural que "se encontraba bien, que no nos preocupáramos para nada por el", al mismo tiempo que cerraba la puerta de un portazo.
Imaginaos la situación que se nos presentaba en ese momento. Sin saber muy bien que hacer, decidimos que pasara esa noche y a la mañana siguiente decidiríamos que camino tomar.
El lunes me encontraba "solo" en casa, puesto que Jimi estaba trabajando. No hacía más que darle vueltas a la cabeza al "tema" que tenía en la habitación que pegaba pared con pared con la mía. Para más inri, Javier hablaba por teléfono y no podía vocalizar bien, emitía palabras incongruentes, totalmente indescifrables. Yo me estaba empezando a acojonar y decidí llamar a los dueños del piso para que vinieran e hicieran algo. Acudieron rapidamente y llamaron a su puerta. Al principio Javier no querían que entraran, pero tras unos minutos de "negociación", dijo que se encontraba "un poco descompuesto" y les permitió entrar. La puerta se abrió...
Lo que vi dentro de esa habitación no se lo recomiendo a nadie. Javier (si es que es aún se le podía llamar Javier) estaba envuelto en una manta, con las ventanas abiertas de par en par aun estando en el febrero navarro. La fiebre se palpaba en las cuatro paredes de ese cuarto. Javier era una figura mortecina, cerúlea. Sus ojos, diminutos, se hundían sin remedio en unas ojeras grises e infinitas. Sin dentadura, su cara no medía ni un palmo de ancho. Desperdigados por el suelo, ropa sucia, monedas, libros, comida y papeles. Y sangre. Mucha sangre.
La cama en la que Javier estaba agonizando de dolor estaba completamente empapada en sangre, así como el suelo y decenas de papeles arrugados que se repartían en unas cuantas bolsas colocadas alrededor del lecho. Se avisó con urgencia a una ambulancia y al momento, un equipo médico se presentó en el piso . Tras las pruebas pertinentes y el diagnóstico de shock absoluto y casi total ausencia de sangre en su cuerpo, se lo llevaron al hospital en una camilla-sillón, desnudo, con los ojos en blanco y la lengua casi colgando.
En cierto momento escuché a una de las doctoras pronunciar dos palabras, "oncólogo" y "metástasis", pero no terminé de relacionarlas con la situación que yo mismo había contemplado minutos atrás. Todo esto sucedió a eso de las 3 de la tarde. Javier murió a las 10 de la noche en un hospital de Pamplona.
Javier sufría un cáncer de vejiga. Estaba en un estado absolutamente terminal, tan terminal que la propia metástasis le estaba deshaciendo el cuerpo. Ahora entendía el olor de las gotas que vi días atrás en el suelo, mezcla de sangre y heces, fruto de la descomposición.
El lo sabía todo y lo tenía todo preparado. Quería morirse solo, sin molestar a nadie. Nadie sabía la gravedad de su enfermedad, solo su ex-mujer. Y de hecho, ni sus padres o su propio hijo sabían que estaba enfermo. No había tenido ninguna caída en la bañera. Era todo una historia elaborada para que nadie sospechara. La medicación que le daban para el dolor era morfina pura y dura, para evitarle sufrimientos. Como un animal, supo que llegaba su momento y se recluyo en los 7 u 8 metros cuadrados de su habitación para irse a otro mundo, solo, sin una mano amiga que le acompañara.
Se precintó la habitación y fue desinfectada durante un par de días por gente del Ayto. Aún así, el olor que yo percibí ese día se me quedó grabado para siempre. Menos mal que yo no me fui ese fin de semana a mi pueblo, porque de haberme ido, quizá al volver me hubiera encontrado un cadáver en casa, así sin comerlo ni beberlo. Como bien dice el refrán, Javier quiso que yo "CARGARA CON EL MUERTO"
Descanse en paz
Hasta la próxima historia de miedo....muahahahahaaaa
pero..pero..pero...
ResponderEliminaryo que te leo para reirme un rato y me acabas de dejar helada. acojonaita perdida.
madredelamorhermoso.
y posteriormente, yo viví en ese piso, y durante 6 meses dormí en la habitación del pánico... aquí el autor del blog y Jimi el otro compañero de piso decían que aún olía... qué cosas hace el subconsciente...
ResponderEliminarJolines chiquillo, qué cosas te pasan!!
ResponderEliminarMe dio mucha pena pensar en el pobre Javier muriendo solo, pero claro, vosotros qué podiáis hacer!! Y esa gente con la que hablaba diciendo palabras inconexas que no fuera a ayudarlo!! Ay madre, qué penita!!
Y Ester toda una valiente irse a vivir a la habitación del pánico!!
Besos.
Alber, sigo helada...no fue acojone lo que me dio, lo que me dejo es un mal cuerpo...
ResponderEliminarPersonalmente estoy de acuerdo contigo, ni el mate ni el dulce de leche me acaban de gustar. pero si hay algo que se convirtió en autentica obsesión es a la milanesa con pure de papa. Tendré que dedicar algún día una entrada en su honor.
El tema de hoy, transportes...que me han tocado dos horas de colectivo y estoy caliente de inspiración...es que tiene tela...
Hola Alber la verdad es que te ha quedado un poco tetrico, aunque tu ya sabes cuando nosotros nos juntamos que le damos otra lectura, siempre con el maximo respeto. Ahh! me ha dicho Ana que este no lo lee.
ResponderEliminarUn Abrazo
Hola Alber, lleva toda la razón aquí mi primo, este no lo leo, porque , además de ser una persona muy, muy, muy miedica (vamos una cagarria)este año no puedo leer, ver, escuchar...nada que de miedo(bajo prescripción cardiológica), pues como ya sabes, vivo sola y mi imaginación vuela que da gusto. Besos mil
ResponderEliminarAna, entiendo que no lo quieras leer. De todas formas, tu ya "medio" conoces la historia. Ahora he tratado de narrarlo de una forma un poco más radical, y si que es cierto que me ha quedado un poco tétrico...pero realmente fue así de tétrico, solo me he limitado a contar esos hechos que me marcaron para siempre, muahahahaaa
ResponderEliminarJo-der. Qué pobre hombre. Qué historia más triste. Al leerlo ahora no me ha dado miedo, pero si lo hubiera vivido, me habría ido por la patilla. Creo que habría empezado a gritar como una loca. Qué pena, qué muerte tan perra y solitaria.
ResponderEliminarJoder Alberto, menuda historia, me has dejado de piedra. Menos mal que no te fuiste de finde, pq si no, menuda sorpresa desagradable te hubieses encontrado.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte.